Aunque eran conocidos por los indúes hace más de 2.500 años, la palabra diamante viene del griego adámas, que significa invencible, lo que pone de manifiesto que enseguida se percataron de sus propiedades. Y este es el rol que tradicionalmente le han atribuido los pueblos.
Antiguamente el diamante no era realmente apreciado por su belleza sino por supuestas virtudes o magia que le atribuían, como la creencia de que protegían contra serpientes, venenos, enfermedades, robo, incendios y otras fuerzas malignas. Sin embargo, los romanos apreciaban el diamante por su dureza y los chinos los utilizaban como grabadores. Posteriormente un diamante puntiagudo se utilizaba para escribir sobre el vidrio.
Los antiguos griegos creían que los diamantes eran fragmentos de estrellas, e incluso lágrimas de los dioses. Los egipcios representaban escarabajos con diamantes en sus anillos ya que consideraban que este insecto era el símbolo de la eternidad. Una leyenda hablaba de un valle en Asia central, inaccesible, completamente alfombrado con diamantes, del que se decía que estaba protegido por aves de rapiña en el cielo y por serpientes venenosas en la Tierra.
En la edad media se asocia la fortaleza atribuida al diamante con la perdurabilidad del matrimonio y pasó o ser elemento importante en los compromisos matrimoniales, aunque únicamente estaban al alcance de los nobles y adinerados.
Un adagio de la edad media, reza lo siguiente: El diamante otorga fuerza y virtud al hombre que lo lleva y le libra de agravios, duelos y tentaciones y del veneno. También mantiene íntegros sus huesos y miembros. Destierra la ira y la lujuria. Enriquece en valor y bondad a quien lo lleva. Más vale que lo lleven los hombres estúpidos y que sirva de defensa contra los enemigos, pues quien lo lleve más amado será de Dios. Mantiene la semilla del hombre en la matriz de la mujer, ayuda al niño y conserva todos sus miembros.
Los anillos de boda del siglo XVII se acostumbraban a llevar en el dedo pulgar, si bien durante la ceremonia se utilizaba el dedo prescrito para este fin. Este dedo era el cuarto de la mano y parece ser que su origen está en el sacerdote oficiante de la ceremonia cristiana, que tocaba con el anillo tres dedos de la mano izquierda recitando “En el nombre del Padre,… del Hijo… y del Espíritu Santo” insertando, por fin, el anillo en el cuarto dedo. Sin embargo, una leyenda mucho más romántica, atribuida a los egipcios, indica que este es el dedo adecuado para portar el anillo de compromiso o bodas ya que la vena que lo riega “vena amoris”, o vena del amor, va directamente al corazón, que simboliza la máxima expresión de este sentimiento.
En cuanto a la mano que recibe el anillo, hay leyendas y opiniones contradictorias, quedándonos como documentos gráficos los retratos de los matrimonios de épocas pasadas, sin que haya unanimidad entre ellos. Parece ser que entre los cristianos era común insertar el anillo en la mano derecha, sucediendo otro tanto entre los judíos, pero en el mundo sajón parece ser habitual utilizar para este fin la mano izquierda. Incluso hoy día está extendida la costumbre de utilizar una mano para el compromiso o noviazgo y la contraria para el matrimonio, siguiendo la tradición de zonas, regiones o religiones.