Si algo hay que llame poderosa e inmediatamente la atención de un buen diamante son sus fulgurantes centelleos, que al herir nuestra retina obligan a dirigir la mirada al punto de procedencia. Y esta es, en efecto, la más apreciada cualidad de estas deseadas gemas, y no su coloración, al ser generalmente transparentes e incoloras.
La explicación de este fenómeno es muy sencilla, y su resultado depende absolutamente de la precisión en la talla del diamante, que ha de conseguir no solo una forma estéticamente agradable sino que los destellos se produzcan en toda su grandeza.
Cualquier rayo luminoso que incida sobre la superficie de un cuerpo transparente la atraviesa y sufre algunos cambios físicos, y entre ellos su velocidad de propagación y dirección, dando lugar a lo que se conoce como refracción. En realidad al chocar contra la superficie del prisma parte de la luz rebota formando un ángulo igual al de incidencia respecto a la normal (reflexión) y el resto atraviesa el cuerpo desviándose en función del índice de refracción de este, según la llamada ley de Snell. El rayo incidente, el reflejado y el refractado están contenidos en el mismo plano.
Cuando el rayo luminoso alcanza otra cara del prisma o cuerpo transparente (nuestro diamante), vuelve a suceder otro fenómeno similar al descrito, reflejándose y refractándose al abandonar aquel. Sin embargo, cuando el rayo luminoso incide en la segunda cara según un ángulo superior al llamado ángulo límite, no se produce refracción alguna y el rayo es reflejado íntegramente en dicha cara hacia el interior. Este fenómeno, que se llama reflexión total y tiene muchas aplicaciones prácticas (prismáticos, periscopios, etc.), se produce siempre que el ángulo refringente (formado por las caras de entrada y salida) sea el doble del ángulo límite de la sustancia del prisma. Para el diamante este ángulo límite es de 24º 26′.
En la figura adjunta se muestra el fenómeno explicado, de modo que si el ángulo refringente es excesivamente grande (talla profunda), el rayo se refracta escapándose a través de la cara opuesta de la culata (Fig. a), en tanto que si es excesivamente pequeño (talla poco profunda) la luz se refracta directamente por la culata sin ser reflejada (Fig. b). Por el contrario, en un diamante con las proporciones debidas, la luz que atraviesa alguna faceta de su corona sufre reflexión total en las correspondientes caras de la culata siendo devuelta íntegramente hacia la parte superior de la piedra, creando destellos de gran belleza e intensidad (Fig. c).
Así pues, es de crucial importancia que el maestro tallador sepa dar los ángulos adecuados a las distintas facetas para conseguir que cualquier rayo de luz que penetre en el interior del diamante sea reflejado totalmente y devuelto en la dirección por la que entró.