Desde la más remota antigüedad (se habla de al menos 8000 años aJC.) algunas piedras, por su belleza o rareza, llamaron la atención del hombre de modo que las ha incorporado desde entonces a sus tesoros, sus joyas y otros elementos más o menos ornamentales como espadas, escudos, coronas, etc. Las más antiguas culturas nos han dejado claras muestras de su aprecio por las gemas, como los enterramientos mesopotámicos en los que se encontró lapislázuli o de las pirámides egipcias, donde aparecieron notables turquesas.
Las piedras preciosas ha sido utilizadas con frecuencia como medio de pago universal y en todo caso como un símbolo de riqueza y poder, siendo objeto de deseo para príncipes y reyes, patricios y plebeyos. Sin embargo, y por esta razón, solo estaban al alcance de los potentados de cada época, que empleaban a modo de distintivo de su pertenencia a su casta o clase social.
La admiración del hombre por las piedras preciosas fue tal que en torno a ellas siempre ha existido un halo de misterio, esoterismo, magia, virtudes y divinidad de modo que rápidamente se le atribuyeron propiedades de toda índole, incluso curativas, hasta el punto que algunas eran utilizadas como remedios medicinales. Así, era suficiente con poseer una de ellas para obtener la protección frente a determinados males o incluso ingerirlas para el tratamiento de otros. En el Alto imperio romano el médico prescribía al paciente una determinada piedra con grabados concretos, lo que constituía un auténtico amuleto o talismán personalizado. Los lapidarios del Siglo V recogen como remedio para las heridas ágata molida tomada con vino y zafiro con leche para los cólicos de vientre.
Los tesoros reales y religiosos constituyen verdaderos ejemplos del acúmulo de gemas realizados por sus titulares, que hoy podemos admirar en muchos casos previo pago de un precio, lo que prueba que, incluso encerradas en un recinto de seguridad, tienen un notable interés económico para sus propietarios, al margen del valor intrínseco de aquellas.
Muchas cosas han cambiado en el mundo desde entonces, pero el hombre sigue teniendo un acusado interés por las piedras preciosas, aunque ahora no lo haga como ostentación de su poder sino más bien de su gusto personal. Hoy ya al alcance de cualquiera, las gemas constituyen un elemento esencial en los diseños y joyería modernos.
También en los últimos tiempos se ha incrementado el interés por determinadas piedras con renovada fe en sus propiedades curativas y sus efectos como amuleto o talismán. Incluso algunas se siguen comercializando para el “consumo” (particularmente en China, India, Japón y Hong Kong) igual que lo hubiera hecho Cleopatra con las perlas pulverizadas.
La astrología moderna y otras doctrinas esotéricas utilizan en la actualidad con gran profusión la simbología asociada a las piedras preciosas, sus virtudes y propiedades mágicas o sobrenaturales atribuídas, lo que no es sino otra muestra del interés y relación del hombre con las piedras preciosas.
Actualmente, sin embargo, ya no se suelen utilizar las piedras preciosas como refugio del dinero o riqueza en épocas de crisis, a excepción del diamante en el que, aparte de su belleza y valor, su peculiar forma de comercialización asegura una cotización constantemente en alza, lo que garantiza la inversión contra eventos de cualquier naturaleza, junto a dos características de notable importancia: mucho valor en muy poco volumen.