Diamante

El diamante, que debe su nombre a su dureza, es conocido y apreciado desde varios siglos aJC., Se trata de la piedra de composición más simple, más dura, de gran resistencia y por consiguiente muy perdurable, lo que la convierte en la más valiosa de las gemas. Es también la más estudiada y clasificada de cuantas se comercializan (ver apartado dedicado al diamante). Su proverbial dureza, cuyo valor absoluto respecto al que le sigue (el corindón) es mucho mayor que para todo el resto de la escala, tiene también notable interés industrial; su elevado índice de refracción le proporciona alto brillo (diamantino) y su índice de dispersión fundamenta su característico “fuego” de color.

Se suele valorar en función de su pureza (ausencia de inclusiones), claridad (mejor incoloro), peso y talla (las conocidas 4C), pero también son notables algunos ejemplares de color, que puede ser modificado mediante radiación con neutrones.

Son famosos el Cullinan, el Kohinoor, el Sancy, el Regente, el Hope, entre otros. Los principales productores son India, Brasil, Sudáfrica, Namibia, Zaire, Angola, Botswana, Ghana, Venezuela, Guinea o Liberia.

Debido al elevado valor del diamante siempre ha habido gran afan imitador, con fortuna diversa. Puede ser confundido con gran número de piedras, entre ellas: cristal de roca (cuarzo), con la espinela sintética, el zircón, el YAG, el zafiro, el rutilo sintético, el GGG, la fabulita, la zirconita, el berilo noble, el topacio, la moissanita y algunos vidrios, como el “strass”. Afortunadamente con la experiencia y elementos adecuados es fácil diferenciarlos. Con un conductímetro es sencillo reconocer un diamante aunque esté montado, excepto con la moissanita, que requiere otro instrumento adicional.