El brillo del diamante en bruto es
graso, pero tallado es adamantino
Brillo subadamantino del
granate almandino

Según se ha indicado, al incidir la luz sobre la superficie de una piedra preciosa parte de ella es reflejada en lo que conocemos como brillo. Esta propiedad obedece a la estructura cristalina de la gema y la distribución superficial de los átomos, es de tipo anisótropo, es decir, dependiente de la dirección y ángulo de incidencia de la luz, siendo función del índice de refracción de la gema y el acabado de su superficie, pero independiente de su color. Habitualmente las piedras más duras permiten obtener superficies mucho más pulidas y por tanto mayor brillo. Como sinónimo de este concepto se utiliza también el término lustre.
No hay escalas objetivas para medir el brillo, a pesar de haberse realizado propuestas de medir este parámetro bajo luz ultravioleta o infraroja, lo que sí es posible utilizando unos instrumentos llamados por tal causa reflectómetros. Sin embargo los gemólogos utilizan unos calificativos más o menos intuitivos, que siempre deberán estar referidas a superficies recientes y limpias.

 

Brillo vítreo de la
esmeralda
Brillo resinoso
del ámbar

Así en la práctica se utilizan, adamantino, el más intenso y que toma su nombre del diamante; el subadamantino, mostrado por rubí, zafiro, demantoide o zircón; vítreo, el ostentado por el topacio, esmeraldas, turmalinas o cuarzo; resinoso, típico del ámbar; sedoso, provocado por la reflexión en diminutas fibras orientadas, como en el talco (selenita) o la ulexita; perlado, característico de la madreperla y el nácar y graso o céreo, como las fracturas de muchas piedras, entre ellas la  turquesa. Otra clasificación, en metálico, submetálico, vítreo y adamantino muestra la subjetividad, más o menos consensuada, de esta cualidad.

 

Selenita, sedoso
La madreperla y el nácar dan
nombre al brillo perlado

Dependiendo de la composición interna de la piedra, sus inclusiones y la estructura y número de estas, la luz que incide sobre ella puede atravesarla netamente (transparente) o no ser capaz de ello (opaca). Los demás estados intermedios en los que parte de la luz incidente es capaz de salir del cuerpo de la misma más o menos atenuada, a modo de un resplandor, permite calificarla de translúcida. Se habla así de gemas transparentes, semitransparentes, translúcidas, semitranslúcidas y opacas.